domingo, 10 de abril de 2016

LA CAÍDA DEL MURO DE BERLÍN


El derribo del muro de Berlín, fue mucho más que el primer paso en la reunificación alemana, fue el símbolo de la caída del sistema político y económico que, abrazado por decenas de países en todo el mundo, se erigió como alternativa al capitalismo y a la democracia liberal representativa. El muro, el bloque, el telón de acero, el monolito…, sinónimos todos ellos para definir un modelo que pareciera anclado en el centro de la tierra con unos cimientos imposibles de derribar. Y sin embargo, para sorpresa de todos, cayó sin apenas resistencia.
Así, los cambios emprendidos por Gorbachov desde su llegada al poder, fueron analizados desde distintas perspectivas. Quienes recurrieron a categorías estructurales acudieron, por ejemplo, a las teorías del fracaso económico, del atraso tecnológico, de la competición con el mundo occidental, de la caída del imperio soviético o de su desintegración territorial. Por su parte, quienes pusieron el acento en la acción de sus protagonistas incidieron en la importancia del propio Gorbachov, de la acción de las fuerzas de oposición o de la competición en el seno del PCUS, entre otras causas.
Haciendo un ejercicio máximo de síntesis de procesos que requieren de mucha más explicación, de acontecimientos complejos imposibles de condensar en unas líneas, de resúmenes de tomas de decisiones que bifurcan los caminos y originan nuevos escenarios, siendo conscientes de las limitaciones de toda explicación que pretenda ser escueta, cabe definir la caída del muro como una crisis terminal de gobernabilidad en sentido estricto. Gobernabilidad entendida, lógicamente, como capacidad de un gobierno para asegurar dos condiciones esenciales como son la legitimidad y la eficacia.
 Si en la Unión Soviética su legitimidad de origen, la que pudiera haberle concedido la revolución de 1917, era apenas un mantra ideológico impuesto por el Estado ya que no sólo no quedaban protagonistas de aquel hecho sino que, a la vista de los resultados, poco importaba la revolución en la vida diaria de los soviéticos, en el resto de países bajo su control la legitimidad de la derrota nazi también formaba parte de un pasado lejano que, además, era continuamente desmontado por la comparación con la Europa libre, también enfrentada al nazismo pero sin pagar penitencia por ello durante décadas.
Por otra parte, la falta de eficacia del sistema económico soviético, el fracaso del modelo de propiedad estatal y gestión centralizada de los recursos, era cada vez más evidente, lo cual, a la postre, provocó la apertura del proceso reformista que pondría en duda el fundamento de su propia legitimidad, abriendo, por tanto, las puertas a su precipitación. Es evidente que los países satélites de la Unión Soviética no emprendieron sus reformas hasta que la situación internacional, principalmente la postura soviética, se lo permitió. El cese de la presión, del control absoluto, fue suficiente espita para que se escapara el gas de la contención ciudadana y se abriera un proceso que, llegado cierto momento, fue imposible de contener. Sin legitimidad que lo sustentase, sin perspectivas de futuro ante la inviabilidad del modelo económico y, sobre todo, sin miedo, la gente salió a la calle a derribar un muro mucho más ligero de lo que nunca había imaginado.






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