El derribo
del muro de Berlín, fue mucho más que el primer paso en la reunificación
alemana, fue el símbolo de la caída del sistema político y económico que,
abrazado por decenas de países en todo el mundo, se erigió como alternativa al
capitalismo y a la democracia liberal representativa. El muro, el bloque, el
telón de acero, el monolito…, sinónimos todos ellos para definir un modelo que
pareciera anclado en el centro de la tierra con unos cimientos imposibles de
derribar. Y sin embargo, para sorpresa de todos, cayó sin apenas resistencia.
Así, los
cambios emprendidos por Gorbachov desde su llegada al poder, fueron analizados
desde distintas perspectivas. Quienes recurrieron a categorías estructurales
acudieron, por ejemplo, a las teorías del fracaso económico, del atraso
tecnológico, de la competición con el mundo occidental, de la caída del imperio
soviético o de su desintegración territorial. Por su parte, quienes pusieron el
acento en la acción de sus protagonistas incidieron en la importancia del
propio Gorbachov, de la acción de las fuerzas de oposición o de la competición
en el seno del PCUS, entre otras causas.
Haciendo un
ejercicio máximo de síntesis de procesos que requieren de mucha más
explicación, de acontecimientos complejos imposibles de condensar en unas
líneas, de resúmenes de tomas de decisiones que bifurcan los caminos y originan
nuevos escenarios, siendo conscientes de las limitaciones de toda explicación
que pretenda ser escueta, cabe definir la caída del muro como una crisis
terminal de gobernabilidad en sentido estricto. Gobernabilidad entendida,
lógicamente, como capacidad de un gobierno para asegurar dos condiciones
esenciales como son la legitimidad y la eficacia.
Si en la Unión Soviética su legitimidad de
origen, la que pudiera haberle concedido la revolución de 1917, era apenas un
mantra ideológico impuesto por el Estado ya que no sólo no quedaban
protagonistas de aquel hecho sino que, a la vista de los resultados, poco
importaba la revolución en la vida diaria de los soviéticos, en el resto de
países bajo su control la legitimidad de la derrota nazi también formaba parte
de un pasado lejano que, además, era continuamente desmontado por la
comparación con la Europa libre, también enfrentada al nazismo pero sin pagar
penitencia por ello durante décadas.
Por otra
parte, la falta de eficacia del sistema económico soviético, el fracaso del
modelo de propiedad estatal y gestión centralizada de los recursos, era cada
vez más evidente, lo cual, a la postre, provocó la apertura del proceso
reformista que pondría en duda el fundamento de su propia legitimidad,
abriendo, por tanto, las puertas a su precipitación. Es evidente que los países
satélites de la Unión Soviética no emprendieron sus reformas hasta que la
situación internacional, principalmente la postura soviética, se lo permitió.
El cese de la presión, del control absoluto, fue suficiente espita para que se
escapara el gas de la contención ciudadana y se abriera un proceso que, llegado
cierto momento, fue imposible de contener. Sin legitimidad que lo sustentase,
sin perspectivas de futuro ante la inviabilidad del modelo económico y, sobre
todo, sin miedo, la gente salió a la calle a derribar un muro mucho más ligero
de lo que nunca había imaginado.
No hay comentarios:
Publicar un comentario